La ética epicúrea
Asignatura: Filosofía
Grado: Noveno
La
ética epicúrea
Si la esencia del hombre es material,
también será necesariamente material su bien específico, aquel bien que actualizado
y realizado otorga la felicidad. Sea cual fuere este bien, la naturaleza,
considerada en su inmediatez, nos lo comunica sin ambages, tal como se ha visto
antes: el bien es el placer. Los cirenaicos ya habían extraído la misma
conclusión. Epicuro, no obstante, rectifica radicalmente el hedonismo de
aquéllos. Los cirenaicos sostenían que el placer es un movimiento suave,
mientras que el dolor es un movimiento violento, y negaban que fuese placer el
estado intermedio de quietud, esto es, la ausencia de dolor. Epicuro no sólo
admite este tipo de placer en reposo (catastemático), sino que le otorga la
máxima importancia, considerándolo como el límite supremo, la culminación del
placer. Además, mientras que los cirenaicos consideraban que los placeres y
dolores físicos eran superiores a los psíquicos, Epicuro defiende exactamente
lo contrario. Como era un excelente investigador de la realidad del hombre,
Epicuro comprendió a la perfección que, en mucha mayor medida que los gozos o
los sufrimientos del cuerpo —circunscritos en el tiempo— tienen importancia los
ecos interiores y los movimientos de la psique que acompañan a aquéllos y que
duran mucho más.
El verdadero placer para Epicuro consiste en la ausencia de
dolor en el cuerpo (aponía) y la carencia de perturbación en el alma
(ataraxia). Éstas son las palabras del filósofo: «Cuando afirmamos que el
placer es un bien, no nos referimos para nada a los placeres de los disipados,
que consisten en embriagueces, como creen algunos que ignoran nuestras enseñanzas
o las interpretan mal. Aludimos a la ausencia de dolor del cuerpo, a la
ausencia de perturbación en el alma. Ni las libaciones y los festejos ininterrumpidos
ni el gozar de muchachos y de mujeres, ni el comer pescado o todo lo demás que
puede brindar una mesa opulenta, es el origen de la vida feliz. Sólo lo es
aquel sobrio razonar que escudriña a fondo las causas de todo acto de elección
y de rechazo, y que expulsa las opiniones falsas, por medio de las cuales se
adueña del alma una gran perturbación.» Si esto es así, el elemento que rige
nuestra vida moral no es el placer en cuanto tal, sino la razón que juzga y
discrimina, es decir, la sabiduría práctica que elige entre los placeres
aquellos que no acarrean dolores y perturbaciones, y desprecia aquellos placeres
que ofrecen un gozo momentáneo, pero ocasionan dolores y perturbaciones
posteriores. Para garantizar el logro de aponía y la ataraxia, Epicuro
distinguió entre: 1) placeres naturales y necesarios; 2) placeres naturales
pero no necesarios; 3) placeres no naturales y no necesarios. A continuación
estableció que el objetivo deseado se alcanza satisfaciendo siempre el primer
tipo de placeres, limitándose con relación al segundo tipo y huyendo siempre
del tercero. A este propósito, Epicuro asume una posición que sin exagerar
puede calificarse de «ascética», por las razones siguientes. 1) Entre los
placeres del primer grupo, los naturales y necesarios, Epicuro sólo enumera
aquellos que están íntimamente ligados con la conservación de la vida del
individuo. Son éstos los únicos verdaderamente provechosos, en la medida en que
eliminan los dolores del cuerpo: por ejemplo, el comer cuando se tiene hambre,
el beber cuando se tiene sed, el reposar cuando se está fatigado, y así
sucesivamente. De este grupo se excluye el deseo y el placer del amor, porque
es una fuente de perturbación. 2) Entre los placeres del segundo grupo, en
cambio, Epicuro menciona todos aquellos deseos y placeres que constituyen las
variaciones superfluas de los placeres naturales: comer bien, beber licores
refinados, vestir de manera rebuscada, etc. 3) Finalmente, entre los placeres
del tercer grupo, no naturales y no necesarios, Epicuro colocaba los placeres
vanos, que son los nacidos de las vanas opiniones de los hombres: todos aquellos
placeres vinculados al deseo de riqueza, poderío, honores y cosas semejantes.
Los deseos y los placeres del primer grupo son los únicos que hay que
satisfacer siempre y en todos los casos, porque poseen por naturaleza un límite
preciso, que consiste en la eliminación del dolor: una vez que éste ha
desaparecido, el placer ya no crece más. Los deseos y placeres del segundo
grupo carecen de ese límite, porque no hacen desaparecer el dolor corporal:
sólo modifican el placer y pueden provocar un daño notable. Finalmente los
placeres del tercer grupo no quitan el dolor del cuerpo y además provocan
siempre una perturbación en el alma. Esto explica a la perfección las
siguientes conclusiones: «la riqueza, de acuerdo con la naturaleza, consiste
toda ella en comida, agua y un abrigo cualquiera para el cuerpo; la riqueza
superflua provoca en el alma un ilimitado aumento en los deseos.» Si ponemos
una valla a nuestros deseos y los reducimos a aquel primer núcleo esencial,
lograremos riqueza y felicidad abundantes, porque para procurarnos aquellos
placeres nos bastamos a nosotros mismos, y en este bastarnos a nosotros mismos
(autarquía) reside la mayor riqueza y felicidad. Cuando se apoderan de nosotros
los males físicos no queridos, ¿qué debemos hacer? Epicuro responde: si se
trata de un mal leve, el dolor físico es siempre soportable y jamás llega a
ofuscar la alegría del ánimo. Si es agudo, pasa con rapidez; y si es muy agudo,
conduce rápidamente a la muerte, la cual constituye siempre, como veremos, un
estado de absoluta insensibilidad. ¿Y los males del alma? Sobre ellos no es
preciso extenderse, porque no son otra cosa que los producidos por las
opiniones falaces y por los errores de la mente. La filosofía de Epicuro se
presenta como el remedio más eficaz y el antídoto más seguro contra aquellos
males. ¿Y la muerte? La muerte es un mal únicamente para quienes comparten
opiniones falsas en torno a ella. Puesto que el hombre es un compuesto alma en
un compuesto cuerpo, la muerte no es más que la disolución de estos compuestos:
los átomos se esparcen por todas partes, la conciencia y la sensibilidad dejan
de existir, y del hombre sólo quedan desechos que se dispersan, esto es, nada.
Por consiguiente, la muerte no es algo temible en sí mismo, porque cuando
llega, ya no sentimos nada, y después de ella no queda nada de nosotros, ya que
tanto nuestra alma como nuestro cuerpo se disuelven completamente. Por último,
tampoco quita nada a la vida por la que hemos atravesado, ya que a la absoluta
perfección del placer no le es necesaria la eternidad.
Para
el fundador del Jardín la vida política resulta substancialmente innatural.
Implica continuos dolores y perturbaciones; perjudica la aponía y la ataraxia
y, por lo tanto, compromete la felicidad. Aquellos placeres que muchos piensan
obtener gracias a la vida política, son una mera ilusión: de la vida política
los hombres esperan obtener poderío, fama y riqueza, que son deseos y placeres
no naturales y no necesarios —como sabemos— y, por tanto, espejismos vacuos y
engañosos. Se comprende muy bien, entonces, la invitación de Epicuro:
«Liberémonos de una vez por todas de la cárcel de las ocupaciones cotidianas y
de la política.» La vida pública no enriquece al hombre, sino que lo dispersa y
lo disipa. Por eso el epicúreo se apartará y vivirá lejos de la muchedumbre:
«Retírate a ti mismo, sobre todo cuando te veas obligado a estar entre la
multitud.» «Vive oculto», prescribe el célebre mandato epicúreo. Sólo en este
entrar en sí mismo y permanecer en sí mismo puede hallarse la tranquilidad, la
paz del alma, la ataraxia. Para Epicuro el bien supremo no consiste en las
coronas de los reyes y de los poderosos de esta tierra, sino en la ataraxia:
«La corona de la ataraxia es incomparablemente superior a la corona de los
grandes imperios.» Basándose en estas premisas, es evidente que Epicuro, con
respecto al derecho, a la ley y a la justicia, debía ofrecer una interpretación
en clara antítesis con la opinión clásica de los griegos y con las tesis de
Platón y de Aristóteles. El derecho, la ley y la justicia únicamente tienen
valor y sentido cuando están relacionados con lo útil y en la medida en que lo
están. Su fundamento objetivo es la utilidad. El Estado, que en el pasado había
sido una realidad moral dotada de validez absoluta, se convierte así en una
institución relativa, que nace de un mero contrato con vista a lo útil. En
lugar de fuente y coronación de los valores morales supremos, se transforma en
simple instrumento de tutela de los valores vitales. Se vuelve condición
necesaria pero no suficiente de la vida moral. La justicia se convierte en un
valor relativo, subordinado a lo útil. No podría darse una inversión más
radical del mundo ideal platónico y la ruptura con el sentimiento griego
clásico de la vida no podría ser más decidida. El hombre ha dejado así de ser
hombre-ciudadano, y se ha convertido en mero hombre-individuo.
ACTIVIDAD:
1. ¿Qué es el placer para
Epicúreo?
2. ¿Cuál es la división de
los placeres que realiza Epicúreo? De un ejemplo por cada uno.
3. ¿Qué se necesita para
ser felices según el epicureísmo?
4. ¿En qué consiste la
ataraxia?
5. ¿Cuál es la opinión de
Epicúreo en cuanto al ideal político de la antigua Grecia?
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